martes, 4 de junio de 2013

Alcatraz

Era confuso en cierto sentido. Era la primera vez que era libre. La primera vez que experimentaba una sensación de ese modo, tan plena, tan pura.
Un mundo totalmente nuevo se presentaba dentro suyo. Pero en cierto sentido, sabía que la vida podía ser un ciclo interminable, y que podía volver a acabar detrás de húmedos bloques.
Ese era su único miedo presente.
Después de haber enfrentado sus monstruos internos (los peores de todos los que puedan existir), estaba preparado para salir caminando con la frente en alto, dejando lejos de sus huellas, el concreto quebrado del pasado.
Se dijo a si mismo, se prometió una y otra vez, que no volvería sobre sus pasos; que no dejaría que su vida sea cíclica.
En la soledad del confinamiento había descubierto que podía lograr lo que quería, sólo con la herramienta más compleja a mano, su eterno pensamiento. Y de ese modo, entendía, que nunca volvería a esos lugares donde el frío recorre la médula, de forma más habitual de lo que uno podría llegar a imaginar. Lugar donde el cuerpo no sirve; ni siquiera como medio de vida, porque la vida no es tal, si cada elección está ligada a unas cadenas, firmemente amuradas al piso.
Era por eso, que la sangre precipitándose a sus órganos desde su frenético corazón, le parecía extraño.
Como si no comprendiera que la euforia puede dispararse simplemente desde una mirada, o dos, o más. Cómo si desconociera que él también fue apresado por viejos conceptos, equivocados, creados por más miedos que esperanzas. Como si hubiera olvidado que el también supo negarse a vivir por haber creído, por haber sostenido, que existe una forma correcta de actuar, y no simplemente puntos de vista.