domingo, 8 de junio de 2014

Palabras

Lo importante de las palabras, es que brindan la capacidad de definir momentos, de darle eternidad a un espacio de tiempo limitado. Llevan consigo la extensión complementaria de dar significancia a determinados sucesos. Aunque ésta nos sea heredada, en algún punto de nuestras vidas, nos apropiamos de ellas, y es con ellas con quienes podemos describirnos. 
En mi caso, amo las letras, porque me permiten expresarme; supongo que en el caso de un músico, será la melodía la vocera de sus estados emocionales. Ellas, me dan la capacidad de recordar que cada instante puede ser representado o descripto, pero no puede ser vivido nuevamente. Brindan una sensación de retorno a la experiencia, todo esto, en tiempo pasado.
Si trasladamos su importancia al presente, en ellas encontramos que entintan nuestras emociones. Pueden hasta hablar más de nosotros, que lo que nuestra propia voz puede decir. Cada lugar que se le asigna a una letra, es una inscripción del presente; una legalidad determinada que enmarca los que ocurre en todo lo que nos atraviesa intrínsecamente.
A futuro, ponemos en sus manos nuestras expresiones de deseo; y aunque pareciera más atado a un capricho, desgranandolas vemos el rastro de quien queremos ser, de que estamos buscando. También pueden proveernos de respuestas, antes de que caigamos en cuenta siquiera de que hay una pregunta planteada.
Supongo que estos mínimos argumentos sirven para entender la importancia de la palabra, y la intención es invitar a pensar en cómo nos expresamos. Probablemente si lo analisas detenidamente un momento, las palabras que dijiste esta última semana van a saber decir más de vos que todas las acciones y decisiones que ocurrieron en tu vida.

En una eternidad, las situaciones se repiten. O al menos eso puede parecer, pero es simple. El cerebro, en su lógica de funcionamiento sostenido, no hace más que generar las mismas sensaciones para situaciones similares. No es de temer, no es necesario creer que el cerebro es vago, simplemente está siendo eficiente, está ahorrando energías.
Una vez entendido esto, se puede analizar con mayor profundidad porque son necesarios los cambios. Podes elegir llevar una vida tranquila, de ahorro de recursos, pero ¿te conformaría repetir sensaciones, y vivenciar una y otra vez situaciones que, aunque similares, nunca serán iguales? Supongo que llegado un punto, todo parecería lo mismo, y probablemente lo termine siendo. Tampoco parece necesario tener que moverte de un lugar a otro para generar nuevas experiencias, pero si va a ser necesario que uses tu cabeza; que en el momento que tu primer pensamiento sea girar a la derecha, frenes el impulso y pienses: ¿por qué no seguir derecho? ¿Por qué no girar a la izquierda? Eso es básicamente lo que hace cualquier niño que crece felizmente: analiza la situación según sus herramientas, y hace lo que cree correcto.
A partir de esto, pienso ahora, que tal vez lo mejor que puedes hacer es impulsar a cualquier persona a que tome su decisión, o al menos, que averigüe el “porque”. Más que decirle “no”, tal vez deberías intentar explicarles las consecuencias. Es obvio que cuando más feliz se ve a un niño es cuando experimenta motivado por su propia capacidad de aprender.
Entonces y si no estás siendo feliz, te pregunto: ¿en qué momento dejaste de discernir? ¿En qué momento aceptaste las premisas que gobiernan tus acciones; y más importante, cuando dejaste de preguntarte porque haces lo que haces?
Tal vez, la mejor forma de vivir sea entender porque actuamos, y poner en duda no lo que hacemos, sino porque lo hacemos. Si la respuesta te satisface, obviamente te darás cuenta que al menos, estás haciéndote feliz ahora, en este preciso instante.