sábado, 27 de diciembre de 2008

Santa Carmela

Máximo se encontraba perdido. En el medio del océano, o al menos eso creía él.
Había partido desde Bahía Blanca hacia el norte, intentando cumplir su sueño de toda la vida: navegar por toda la costa Argentina hasta el Río Paraná, más específicamente en las costas de Rosario, para una vez allí, vender el bote que con tanto esfuerzo había restaurado meses atrás, y volver a su casa con, según sus cálculos, más dinero del que había invertido en la restauración.
El navío se llamaba Santa Carmela, en honor a su abuela; esposa de Don Yeyo, el cual, desde pequeño, le inició en el arte de la carpintería, lo que años más tarde se convertiría en su profesión.
Ya a sus ocho años mostraba habilidad en la restauración de muebles, y gran pasión por la pesca, heredada desde su abuelo, a su padre y luego a él.
Dos año atrás, la inesperada muerte de su esposa a manos de un ladrón furtivo, el enojo con el mundo y su soledad, lo llevaron a trabajar incansablemente, al límite de su cuerpo, en jornadas de dieciséis horas, parando solamente para el mate a media mañana, y la cena a las ocho de la noche. Hasta el día en que la mente le fue lo suficientemente lúcida, más allá del agotamiento, para ver su sueño en un futuro cercano.
Volvía de comprar diluyente en la ferretería, por la avenida principal, hasta que un accidente lo obligó a desviarse por dentro de la ciudad. Y fueron las engañosas calles sin carteles la que lo condujeron a su destino. Buscando a alguien que le indique su posición; vio en el patio delantero de una casa un bote. Luego de un segundo de meditación, no necesito más, para frenar su Ford F100, y después de media hora de conversación, arreglar la compra de su nueva compañera hasta el fin de sus días.
Como ya era costumbre en él, trabajó insaciablemente; ésta vez solo comiendo de vez en cuando la comida que su primo Ernesto, un año mayor, le llevaba, entre reproches y reclamos de razonamiento. Pero Ernesto nunca entendería, ni siquiera parado frente a su tumba junto a la de Andrea, años más tarde, que ese sería el duelo para Máximo. Que la tormenta la creó su enojo por no poder hacer nada para evitar el disparo certero del malviviente, que era su forma de saldar cuentas con la vida.

Su plan de navegación fue trazado sistemática, casi enfermizamente; meticuloso como solo él podía serlo. Pero no supo preveer que los alisios podrían ser traicioneros, que podrían traer consigo una furia irrefrenable. Ese viento que tantas veces supo refrescar su patio, en las tardes de mates. Ese viento que de a poco empezaba a traicionarlo. Ese viento que empezó como una suave brisa, que de a poco acercaba nubes, haciendo de la suma de mar y cielo un espectáculo que solo la naturaleza puede brindar.
Luego de unas horas desde su partida, Máximo notó que el viento había girado levemente hacía el norte, y que las nubes lejanas empezaban a acercarse y tomar el color violeta característico de una tormenta ventosa. Se aprontó a plegar las velas, fijo la velocidad y el rumbo, y bajó para desayunar.
Sobre el final de su té con bizcochos notó que el bote se balanceaba bruscamente y cuando salió a cubierta, la costa, que a lo lejos lo había acompañado, estaba fuera de vista. El tensor del timón se había desprendido, y el rumbo del navío había desviado hacia el este, empujándolo lejos de su ruta planeada, llevándolo hacía aguas traicioneras, agitadas por la inminente tormenta.
Al notar que había perdido el control del bote, Máximo perdió también su racionalidad. Intentó, en vano, virar el bote hacía babor, para devolverlo a su ruta, pero la inclemencia del viento era tal que pareciera que la balandra tuviera vida propia. Todo fue inútil, su destino estaba marcado, y su ruta, por más estudiada que haya sido, no podía derrotar lo que a su vida habría de sucederle.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Salutación

Otro ciclo que termina, otro fin, si así se lo quiere ver.
Hago un balance y me atrevo a mirar hacia atrás, a donde lleguen mis recuerdos.
Y hoy, a pocos días del comienzo del 2009, puedo decir que para mi fue un muy buen año.
Me reencontré con el estudio, con una obligación más, pero que poco a poco dejó de serlo, y se fue convirtiendo en un placer, en un hobby.
A pocos días de mi cumpleaños, dos incorporaciones, inesperadas, le dieron al grupo (y a riesgo de sonar empalagoso) dos sonrisas más.
Se mantuvieron los demás, entre idas y venidas, y se reforzó más la amistad y la unión que siempre nos caracterizó.
Descubrí que no hay abrazo como el que nuestra familia nos puede dar. Que la fuerza para superar los problemas viene de la enseñanza que día a día nos van dejando en la cocina, en las piezas, y en el laburo.
Entendí, que más allá de las diferencias que pueden existir entre las personas, se puede llegar a convivir y a querer a quién vemos de lunes a viernes. Que las obligaciones solo existen cuando no sabemos ver lo bueno que es tener algo para hacer.
Hubo perdidas, algunas para siempre, otras solo en distancia.
Encuentros y desencuentros.
Ilusiones y desencantos.
Risas y lágrimas.
Amor, odio, indiferencia y otra vez amor.
No se si elegí bien el camino, tuve suerte o simplemente esta vez me toco.
Pero todo lo que me pasó, lo que viví, fue para mejor.
Fui alumno. Este año que se termina, me enseñó.
Me enseño que se puede hacer el bien, sin mirar a quién.
Que los problemas, absolutamente todos, tienen una solución.
Que el amor, no depende de nada más que de querer dar.
Que la vida nos va poniendo pequeñas oportunidades, y más allá del resultado final, uno puede transitarlas disfrutando cada segundo.
Que lo dulce, no es tan dulce sin lo amargo.
Y que la energía es la generadora de alegría.

Quiero agradecer a todos, absolutamente a todos, por brindarme un poco de su persona. Pequeños pedazos que me forman.
Por todos, hasta siempre!

lunes, 1 de diciembre de 2008

La musa de mi inspiración

Sos una razón.
No puedo empezar explicando lo que sos sin decir que sos una razón.
Pero todos somos una razón en la vida de alguien, y no es eso lo que te distingue. Y que eso no te distinga resalta tu hermosura.
Como el reflejo del valle en el lago, te reflejas en mí. Tan pacífica y armónica.
Pareciera que mi corazón, mi mente y mi pasado me moldearon para vos.
Puedo decir que soy un iluminado, y esta vez no es solamente suerte, esta vez es el sudor, las lágrimas y los calambres que me llevaron a vos. Pero no estoy para contar mi historia, sino la que mi alma cuenta de vos.
Ese alma que me habla al oído y me dice que hacer, tal como si tuviera una persona en mi hombro que me recuerda que la perfección humana reside en la imagen de otra persona que creamos dentro nuestro.
Como utopía que sos, coronas todo mi cariño.
Mis ojos se ven reflejados por la pureza de tu belleza, y el brillo de los tuyos el que me quita el aliento. Y cuando los cierro por las noches, es tu sonrisa la que pone en marcha mi mundo.
Mi oído escucha, entre latidos, que tu voz esta emparentada con canto de sirenas, y q tus suspiros pueden detener el tiempo.
Mi piel se electriza con el simple rozar de tus yemas.
Y por primera vez me oigo cantar y bailar.
Tu belleza demuestra que tan limitadas son las palabras.

¡Cuanto se pierden aquellos que leen esto y no te conocen!.
Y no es una canción de amor, ni un poema, ni siquiera palabras lindas y halagos enrollados con ciertos conectores. No. Es, simplemente, una explicación de tu perfección. Temo decirte, que sos la mitad que vine a buscar, aquella por la que todos seguimos creyendo en el amor.