Se da así, de manera caótica. Todo parece estar en orden,
seguir su curso natural, como si el tiempo estuviera de nuestro lado; y de
repente el gran velo cae, pero no al piso, sino sobre nuestras cabezas. Así
aparece, de la misma manera que desaparece con un chasquear de dedos.
Supongo que todo tiene cierto comienzo, tal vez una idea de
otro, un diálogo que oímos en la calle, unas líneas en el guion de una
película. Somos pequeños y todavía no tenemos un lugar concreto para darle a
esa idea, pero con el tiempo, como si fueran bloques de legos, se van acoplando
nuevas piezas. Tal vez, a veces, la imagen va mutando, pero siempre re-utiliza
los bloques existentes. Ninguna idea muere, quedan probablemente en un estante
juntado tierra, hasta volver a encontrar su lugar en la nueva cadena de
pensamientos.
Si dejamos que esa cadena mueva nuestro motor por demasiado
tiempo, probablemente se oxide y empecemos a escuchar ruidos. Puede suceder que
el motor aminore su marcha. Eso es a lo que llamamos costumbre. Y eso es
exactamente lo que nos ha pasado a los habitantes de este país. Escuchamos el
ruido y simplemente disminuimos la marcha y nos acoplamos.
Verán, crecí en un ambiente de críticas al gobierno de
turno, y era lógico que esas ideas nutran mi futuro pensar. Me permití por
mucho tiempo creer que esa era la realidad, hasta que entendí que era momento
de pintar mi propio cuadro.
Al parecer, la manzana no cae lejos del árbol; pero en este
caso no fue por el hecho de ser fruto de ese árbol, sino que fue por efecto de
la gravedad. Pude haber escuchado que el gobierno de turno era corrupto, pero
era más simple mirar a la calle y ver que esa sentencia es real.
Luego de 200 años como país supuestamente independiente
podemos decir que hubo progresos, simplemente porque con el paso del tiempo,
los objetos no permanecen inmutables. Les pregunto a aquellos que estén leyendo
esto: ¿Están realmente orgullosos del país que tenemos? Creo que la mayoría
responderá que sí. Alguno un poco menos sentimental podrá estar orgulloso de
ciertos puntos de carácter descriptivo de la personalidad del argentino, y
avergonzado de la otra cara que a veces solemos exhibir. Más allá de esa
respuesta que sólo tiene como objetivo identificarnos a todos como habitantes
de un terreno determinado que conviven de acuerdo a un conjunto de normas,
formulo ahora la verdadera pregunta: ¿Podemos estar orgulloso de un país tan
rico en donde cada día que empezamos lo hacemos con una nueva incertidumbre de
cara al futuro?
¿Me robaran hoy? ¿Podré llegar a fin de mes? ¿Veré
nuevamente a personas buscando comida en la basura? ¿Cuánto me afectará cuando
vea que alguien revuelve el basurero siendo que ayer tiré un tomate porque se
puso feo? Si tengo un problema de salud, ¿vendrá la ambulancia lo
suficientemente rápido para llegar a un hospital decente de Granadero
Baigorria? ¿Vale la pena trabajar dos tercios del año si cada día que pasa me
hago estas preguntas?
Ya sé, no faltaran aquellos conformistas que respondan
diciendo que hay países que están peor, que no me queje porque al menos yo
puedo irme de vacaciones. Y realmente no podría responderles a esas personas.
No porque no tenga argumentos, sino porque esa es la argentina que más me
duele. La del no te quejes, la del mira para otro lado, la del “al menos este
roba pero hace algo”. Me duele porque sé que esa persona no va a reclamar por
lo que merecemos, me duele porque me siento sólo, o mejor dicho, me siento
parte de esa masa conformista que sólo piensa en responder sus preguntas día a
día. Me duele porque podemos ser mucho más, pero dejamos que año a año las
oportunidades pasen. Dejamos que los corruptos nos gobiernen con total
impunidad, dejamos que la policía nos robe, y dejamos que los ladrones nos encierren
a nosotros en nuestras casas.
Estamos permitiendo cada bala que se dispara, cada pendejo
que muere de hambre, cada hombre que muere por negligencia del sistema de
salud. Y cada vez las balas rebotan más cerca, a cada momento nuestro niño
interior muere sólo por ver a una persona comer de la basura; a cada instante
nuestra salud se deteriora por la incertidumbre de un nuevo día.
Habrá miles de estúpidos que lean esto como si lo escribiera
una vieja que solo habla por hablar. Pedazo de pelotudo, soy tu compatriota,
soy la persona que se sienta a tu lado en un bar, soy el que frena en un semáforo
en rojo.
Si permitimos descalificar cualquier crítica con un
argumento tan flaco, estamos dejando que el sistema corrupto nos siga culeando.
Será una estupidez publicar esto en Facebook, serán sólo palabras que queden
acumulando tierra en un rincón, pero es necesario empezar a hacernos escuchar.
Es necesario convencernos que nuestros derechos son tan importantes como
nuestras obligaciones, al fallar en el cumplimiento de cualquiera ambas,
estamos permitiendo el desequilibrio de la sociedad. Cada palabra acallada,
cada infracción permitida, repercute alimentando el caos reinante.
Te hablo a vos pedazo de pajero, a vos compatriota mío,
empecemos a cambiar y dejemos de desear poder vivir en otro país. No aceptemos
que nos gobierne el “menos peor”, y si no sabes que hacer, al menos quéjate.
Que las voces sean exponenciales. Nadie quiere que su amigo muera, nadie quiere
que su padre le de comida de la basura, nadie es feliz si no tiene la libertad
de caminar cuando su espíritu lo desea. Movamos esos legos, rompamos las
cadenas, armemos un pueblo realmente unido, en el que las posibilidades estén disponibles
para todos por igual.
Y si estás pensando en quedarte callado, en dejar que los
días sigan pasando, te deseo que no te roben, que no maten a un conocido tuyo,
y que seas vos el que tira basura y no el que la junta, porque si de casualidad
eso llega a suceder, vas a lamentar toda tu vida haberte hecho a un costado.
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