Encerrado tras, como suele suceder en estas historias, muros invisibles. Sus sueños se encontraban archivados, mezclados y empolvados por el paso del tiempo.
Poco a poco el gris lo iba consumiendo.
Recuerdo que era analítico y observador. Desde chico se podía ver, como a cada pequeño suceso le exprimía el jugo de la meditación.
Pero los reveses de la vida lo habían cambiado. Los sacudones hicieron que, despacio, fuera construyendo bases. Bases sobre las cuales se construiría su propia cárcel.
Es así de magro el culturalismo que sufría. Y es normal, claro que sí.
Lo que no era normal, era verlo encerrado, sin rumbo. Atrapado entre su insistencia enfermiza de analizar, y su instinto de supervivencia en un mundo que no permite varias acepciones para una sola pregunta.
Hasta el día en que se encontró un alfiler.
Recuerdo la emoción de su voz, esa calurosa noche que me llamó. Estaba acostado en mi cama, mirando un capitulo de "Lost", cuando comienza a sonar mi celular.
- ¡Lolo!, ¡no sabes lo que me pasó! Estaba caminando a mi casa, recién, y me encontré un alfiler!
- ¿¡Y eso que tiene que ver boludo!?
- Bobo ¿no te acordás que te conté el viernes?
- Imposible, me conoces desde hace bastante!
- Si, ya se que sos un colgado. Bueno ¿te acordás que estaba buscando desde hace un tiempo, una idea para mi libro?
- Ah, sisi
- Bueno, ya está, desde que me encontré ese alfiler estoy escribiendo sin parar. ¡Ya llevo cuarenta páginas!
- Pero no entiendo, ¿estas escribiendo sobre un alfiler?
- ¡No paja! No sabia como continuar, y me sentía encerrado como en una burbuja, ¡y voila! ¿Que mejor manera de salir de una burbuja que pinchándola?
Así era él, ¡cada salida tenía!
jueves, 29 de enero de 2009
sábado, 24 de enero de 2009
As long as there's a bed beneath the stars that shine
Que casualidad.
Extraña casualidad.
Aunque en Quanto, la casualidad no existía, porque la perfección era ley. Y ley natural.
Este país, era un reloj Suizo. Solo de vez en cuando, cada muchos años, la perfección se veía interrumpida. Un principe, de entre cinco hermanos, nacía con una mancha, signo de maldad. Hecho que constituía delito natural, y que merecía pena capital, haciendo de este país, otra vez, un lugar perfecto.
Pero como siempre, en toda fabula, esta era la excepción:
Quanto, se encontraba revolucionada por el cercano nacimiento del 5 varón, hijo de los reyes del país. Acorde a años de repetitiva historia, debería nacer el marcado por la bestia. Blanco de todo el odio del país.
Y así fue, como marcaba la historia, que el 15 de junio, nació.
Pero para sorpresa de cada habitante de Quanto, no tenía marca alguna.
Era perfecto. Como sus cuatro hermanos. Y como todos los habitantes. Pero la diferencia se encontraba en que su marca sería cambiar el destino del país. Romper la perfección y dotar a cada habitante de vida...
Así fue, como una vez mas, la vida fue vida. Y la imperfección hizo de esta, un oasis de perfección.
Extraña casualidad.
Aunque en Quanto, la casualidad no existía, porque la perfección era ley. Y ley natural.
Este país, era un reloj Suizo. Solo de vez en cuando, cada muchos años, la perfección se veía interrumpida. Un principe, de entre cinco hermanos, nacía con una mancha, signo de maldad. Hecho que constituía delito natural, y que merecía pena capital, haciendo de este país, otra vez, un lugar perfecto.
Pero como siempre, en toda fabula, esta era la excepción:
Quanto, se encontraba revolucionada por el cercano nacimiento del 5 varón, hijo de los reyes del país. Acorde a años de repetitiva historia, debería nacer el marcado por la bestia. Blanco de todo el odio del país.
Y así fue, como marcaba la historia, que el 15 de junio, nació.
Pero para sorpresa de cada habitante de Quanto, no tenía marca alguna.
Era perfecto. Como sus cuatro hermanos. Y como todos los habitantes. Pero la diferencia se encontraba en que su marca sería cambiar el destino del país. Romper la perfección y dotar a cada habitante de vida...
Así fue, como una vez mas, la vida fue vida. Y la imperfección hizo de esta, un oasis de perfección.
jueves, 15 de enero de 2009
13
Un poco salpica, un poco duele. Pero es necesario. ¿Cuando uno esta atrapado contra la pared que mas podes hacer?
Como cuando al niño se le dice que no toque que se va a quemar. Y el niño toca. Porque lamentablemente, como es común, tenemos que aprender de la experiencia. Es la naturaleza del humano. La triste naturaleza. Tan sabia, y tan inocente a la vez. Perfecta analogía de vos.
Entendé por favor, que esta es una maldita época, que ataca con toda su furia, y me arricona. Despacito, como ave de rapiña, sobrevuela la zona. De a poco deciende, hasta tocar el fondo. Y como tal, vuelve a renacer. Remonta, aletea desesperada, dejando atras en su estela, toda la furia del pasado. Y vuelve a ser la sabia naturaleza que demuestra todo su esplendor.
Puede sonar un poco descolocado, como palabras atadas a la fuerza. Pero creeme que es la explicación mas personalizada que puedo hacer de, repito, esta maldita época para mi. Donde no recuerdo haberme quemado. Pero lo siento. Como si hubiera sido en otra vida.
Esta maldita epoca. Donde la incertidumbre me arrincona y me odia.
Por eso te pido: por favor entendé, y salí, como tarde o temprano vas a hacer.
Como cuando al niño se le dice que no toque que se va a quemar. Y el niño toca. Porque lamentablemente, como es común, tenemos que aprender de la experiencia. Es la naturaleza del humano. La triste naturaleza. Tan sabia, y tan inocente a la vez. Perfecta analogía de vos.
Entendé por favor, que esta es una maldita época, que ataca con toda su furia, y me arricona. Despacito, como ave de rapiña, sobrevuela la zona. De a poco deciende, hasta tocar el fondo. Y como tal, vuelve a renacer. Remonta, aletea desesperada, dejando atras en su estela, toda la furia del pasado. Y vuelve a ser la sabia naturaleza que demuestra todo su esplendor.
Puede sonar un poco descolocado, como palabras atadas a la fuerza. Pero creeme que es la explicación mas personalizada que puedo hacer de, repito, esta maldita época para mi. Donde no recuerdo haberme quemado. Pero lo siento. Como si hubiera sido en otra vida.
Esta maldita epoca. Donde la incertidumbre me arrincona y me odia.
Por eso te pido: por favor entendé, y salí, como tarde o temprano vas a hacer.
miércoles, 14 de enero de 2009
Triste canción, para quien nunca supo ser
Se encontraba solo, en el medio del bosque. Algo mas en su vida se había perdido y creía ser él. Pero en lo profundo sabía que era el mundo, que vivía equivocado.
No entendía la soberbia, no la soportaba y en su presencia sentía que la vida se reducía a cenizas.
Se había perdido, sentado en una piedra, en el desierto. Sus desatinos eran errores del mundo, que giraba al revés, y dejaba de ser él para reconocer, que probablemente, estaba perdido. Pero no. Reitero, era la tristeza que lo embargaba, que le había ganado, que supo magra como trago de vaso equivocado. Extrañaba el éxtasis que cierto elixir le había brindado.
Lloraba el naufrago, en el mar de ilusiones. Ahogado en recuerdos, se sentía muñeco voodoo. Aquellos eran los alfileres, que picaban donde la nostalgia abundaba. La memoria era la villana de la película, mientras en el espacio flotaba perdido el hombre, alejado de toda razón, toda vida...
Era su eterna soledad la que creaba submundos en la que el protagonista vivía en un tiempo cíclico, burlón, que no respetaba agujas.
Triste historia la del pobre hombre, ciego de alma.
Triste canción, para quien núnca supo ser.
No entendía la soberbia, no la soportaba y en su presencia sentía que la vida se reducía a cenizas.
Se había perdido, sentado en una piedra, en el desierto. Sus desatinos eran errores del mundo, que giraba al revés, y dejaba de ser él para reconocer, que probablemente, estaba perdido. Pero no. Reitero, era la tristeza que lo embargaba, que le había ganado, que supo magra como trago de vaso equivocado. Extrañaba el éxtasis que cierto elixir le había brindado.
Lloraba el naufrago, en el mar de ilusiones. Ahogado en recuerdos, se sentía muñeco voodoo. Aquellos eran los alfileres, que picaban donde la nostalgia abundaba. La memoria era la villana de la película, mientras en el espacio flotaba perdido el hombre, alejado de toda razón, toda vida...
Era su eterna soledad la que creaba submundos en la que el protagonista vivía en un tiempo cíclico, burlón, que no respetaba agujas.
Triste historia la del pobre hombre, ciego de alma.
Triste canción, para quien núnca supo ser.
sábado, 27 de diciembre de 2008
Santa Carmela
Máximo se encontraba perdido. En el medio del océano, o al menos eso creía él.
Había partido desde Bahía Blanca hacia el norte, intentando cumplir su sueño de toda la vida: navegar por toda la costa Argentina hasta el Río Paraná, más específicamente en las costas de Rosario, para una vez allí, vender el bote que con tanto esfuerzo había restaurado meses atrás, y volver a su casa con, según sus cálculos, más dinero del que había invertido en la restauración.
El navío se llamaba Santa Carmela, en honor a su abuela; esposa de Don Yeyo, el cual, desde pequeño, le inició en el arte de la carpintería, lo que años más tarde se convertiría en su profesión.
Ya a sus ocho años mostraba habilidad en la restauración de muebles, y gran pasión por la pesca, heredada desde su abuelo, a su padre y luego a él.
Dos año atrás, la inesperada muerte de su esposa a manos de un ladrón furtivo, el enojo con el mundo y su soledad, lo llevaron a trabajar incansablemente, al límite de su cuerpo, en jornadas de dieciséis horas, parando solamente para el mate a media mañana, y la cena a las ocho de la noche. Hasta el día en que la mente le fue lo suficientemente lúcida, más allá del agotamiento, para ver su sueño en un futuro cercano.
Volvía de comprar diluyente en la ferretería, por la avenida principal, hasta que un accidente lo obligó a desviarse por dentro de la ciudad. Y fueron las engañosas calles sin carteles la que lo condujeron a su destino. Buscando a alguien que le indique su posición; vio en el patio delantero de una casa un bote. Luego de un segundo de meditación, no necesito más, para frenar su Ford F100, y después de media hora de conversación, arreglar la compra de su nueva compañera hasta el fin de sus días.
Como ya era costumbre en él, trabajó insaciablemente; ésta vez solo comiendo de vez en cuando la comida que su primo Ernesto, un año mayor, le llevaba, entre reproches y reclamos de razonamiento. Pero Ernesto nunca entendería, ni siquiera parado frente a su tumba junto a la de Andrea, años más tarde, que ese sería el duelo para Máximo. Que la tormenta la creó su enojo por no poder hacer nada para evitar el disparo certero del malviviente, que era su forma de saldar cuentas con la vida.
Su plan de navegación fue trazado sistemática, casi enfermizamente; meticuloso como solo él podía serlo. Pero no supo preveer que los alisios podrían ser traicioneros, que podrían traer consigo una furia irrefrenable. Ese viento que tantas veces supo refrescar su patio, en las tardes de mates. Ese viento que de a poco empezaba a traicionarlo. Ese viento que empezó como una suave brisa, que de a poco acercaba nubes, haciendo de la suma de mar y cielo un espectáculo que solo la naturaleza puede brindar.
Luego de unas horas desde su partida, Máximo notó que el viento había girado levemente hacía el norte, y que las nubes lejanas empezaban a acercarse y tomar el color violeta característico de una tormenta ventosa. Se aprontó a plegar las velas, fijo la velocidad y el rumbo, y bajó para desayunar.
Sobre el final de su té con bizcochos notó que el bote se balanceaba bruscamente y cuando salió a cubierta, la costa, que a lo lejos lo había acompañado, estaba fuera de vista. El tensor del timón se había desprendido, y el rumbo del navío había desviado hacia el este, empujándolo lejos de su ruta planeada, llevándolo hacía aguas traicioneras, agitadas por la inminente tormenta.
Al notar que había perdido el control del bote, Máximo perdió también su racionalidad. Intentó, en vano, virar el bote hacía babor, para devolverlo a su ruta, pero la inclemencia del viento era tal que pareciera que la balandra tuviera vida propia. Todo fue inútil, su destino estaba marcado, y su ruta, por más estudiada que haya sido, no podía derrotar lo que a su vida habría de sucederle.
Había partido desde Bahía Blanca hacia el norte, intentando cumplir su sueño de toda la vida: navegar por toda la costa Argentina hasta el Río Paraná, más específicamente en las costas de Rosario, para una vez allí, vender el bote que con tanto esfuerzo había restaurado meses atrás, y volver a su casa con, según sus cálculos, más dinero del que había invertido en la restauración.
El navío se llamaba Santa Carmela, en honor a su abuela; esposa de Don Yeyo, el cual, desde pequeño, le inició en el arte de la carpintería, lo que años más tarde se convertiría en su profesión.
Ya a sus ocho años mostraba habilidad en la restauración de muebles, y gran pasión por la pesca, heredada desde su abuelo, a su padre y luego a él.
Dos año atrás, la inesperada muerte de su esposa a manos de un ladrón furtivo, el enojo con el mundo y su soledad, lo llevaron a trabajar incansablemente, al límite de su cuerpo, en jornadas de dieciséis horas, parando solamente para el mate a media mañana, y la cena a las ocho de la noche. Hasta el día en que la mente le fue lo suficientemente lúcida, más allá del agotamiento, para ver su sueño en un futuro cercano.
Volvía de comprar diluyente en la ferretería, por la avenida principal, hasta que un accidente lo obligó a desviarse por dentro de la ciudad. Y fueron las engañosas calles sin carteles la que lo condujeron a su destino. Buscando a alguien que le indique su posición; vio en el patio delantero de una casa un bote. Luego de un segundo de meditación, no necesito más, para frenar su Ford F100, y después de media hora de conversación, arreglar la compra de su nueva compañera hasta el fin de sus días.
Como ya era costumbre en él, trabajó insaciablemente; ésta vez solo comiendo de vez en cuando la comida que su primo Ernesto, un año mayor, le llevaba, entre reproches y reclamos de razonamiento. Pero Ernesto nunca entendería, ni siquiera parado frente a su tumba junto a la de Andrea, años más tarde, que ese sería el duelo para Máximo. Que la tormenta la creó su enojo por no poder hacer nada para evitar el disparo certero del malviviente, que era su forma de saldar cuentas con la vida.
Su plan de navegación fue trazado sistemática, casi enfermizamente; meticuloso como solo él podía serlo. Pero no supo preveer que los alisios podrían ser traicioneros, que podrían traer consigo una furia irrefrenable. Ese viento que tantas veces supo refrescar su patio, en las tardes de mates. Ese viento que de a poco empezaba a traicionarlo. Ese viento que empezó como una suave brisa, que de a poco acercaba nubes, haciendo de la suma de mar y cielo un espectáculo que solo la naturaleza puede brindar.
Luego de unas horas desde su partida, Máximo notó que el viento había girado levemente hacía el norte, y que las nubes lejanas empezaban a acercarse y tomar el color violeta característico de una tormenta ventosa. Se aprontó a plegar las velas, fijo la velocidad y el rumbo, y bajó para desayunar.
Sobre el final de su té con bizcochos notó que el bote se balanceaba bruscamente y cuando salió a cubierta, la costa, que a lo lejos lo había acompañado, estaba fuera de vista. El tensor del timón se había desprendido, y el rumbo del navío había desviado hacia el este, empujándolo lejos de su ruta planeada, llevándolo hacía aguas traicioneras, agitadas por la inminente tormenta.
Al notar que había perdido el control del bote, Máximo perdió también su racionalidad. Intentó, en vano, virar el bote hacía babor, para devolverlo a su ruta, pero la inclemencia del viento era tal que pareciera que la balandra tuviera vida propia. Todo fue inútil, su destino estaba marcado, y su ruta, por más estudiada que haya sido, no podía derrotar lo que a su vida habría de sucederle.
domingo, 21 de diciembre de 2008
Salutación
Otro ciclo que termina, otro fin, si así se lo quiere ver.
Hago un balance y me atrevo a mirar hacia atrás, a donde lleguen mis recuerdos.
Y hoy, a pocos días del comienzo del 2009, puedo decir que para mi fue un muy buen año.
Me reencontré con el estudio, con una obligación más, pero que poco a poco dejó de serlo, y se fue convirtiendo en un placer, en un hobby.
A pocos días de mi cumpleaños, dos incorporaciones, inesperadas, le dieron al grupo (y a riesgo de sonar empalagoso) dos sonrisas más.
Se mantuvieron los demás, entre idas y venidas, y se reforzó más la amistad y la unión que siempre nos caracterizó.
Descubrí que no hay abrazo como el que nuestra familia nos puede dar. Que la fuerza para superar los problemas viene de la enseñanza que día a día nos van dejando en la cocina, en las piezas, y en el laburo.
Entendí, que más allá de las diferencias que pueden existir entre las personas, se puede llegar a convivir y a querer a quién vemos de lunes a viernes. Que las obligaciones solo existen cuando no sabemos ver lo bueno que es tener algo para hacer.
Hubo perdidas, algunas para siempre, otras solo en distancia.
Encuentros y desencuentros.
Ilusiones y desencantos.
Risas y lágrimas.
Amor, odio, indiferencia y otra vez amor.
No se si elegí bien el camino, tuve suerte o simplemente esta vez me toco.
Pero todo lo que me pasó, lo que viví, fue para mejor.
Fui alumno. Este año que se termina, me enseñó.
Me enseño que se puede hacer el bien, sin mirar a quién.
Que los problemas, absolutamente todos, tienen una solución.
Que el amor, no depende de nada más que de querer dar.
Que la vida nos va poniendo pequeñas oportunidades, y más allá del resultado final, uno puede transitarlas disfrutando cada segundo.
Que lo dulce, no es tan dulce sin lo amargo.
Y que la energía es la generadora de alegría.
Quiero agradecer a todos, absolutamente a todos, por brindarme un poco de su persona. Pequeños pedazos que me forman.
Por todos, hasta siempre!
Hago un balance y me atrevo a mirar hacia atrás, a donde lleguen mis recuerdos.
Y hoy, a pocos días del comienzo del 2009, puedo decir que para mi fue un muy buen año.
Me reencontré con el estudio, con una obligación más, pero que poco a poco dejó de serlo, y se fue convirtiendo en un placer, en un hobby.
A pocos días de mi cumpleaños, dos incorporaciones, inesperadas, le dieron al grupo (y a riesgo de sonar empalagoso) dos sonrisas más.
Se mantuvieron los demás, entre idas y venidas, y se reforzó más la amistad y la unión que siempre nos caracterizó.
Descubrí que no hay abrazo como el que nuestra familia nos puede dar. Que la fuerza para superar los problemas viene de la enseñanza que día a día nos van dejando en la cocina, en las piezas, y en el laburo.
Entendí, que más allá de las diferencias que pueden existir entre las personas, se puede llegar a convivir y a querer a quién vemos de lunes a viernes. Que las obligaciones solo existen cuando no sabemos ver lo bueno que es tener algo para hacer.
Hubo perdidas, algunas para siempre, otras solo en distancia.
Encuentros y desencuentros.
Ilusiones y desencantos.
Risas y lágrimas.
Amor, odio, indiferencia y otra vez amor.
No se si elegí bien el camino, tuve suerte o simplemente esta vez me toco.
Pero todo lo que me pasó, lo que viví, fue para mejor.
Fui alumno. Este año que se termina, me enseñó.
Me enseño que se puede hacer el bien, sin mirar a quién.
Que los problemas, absolutamente todos, tienen una solución.
Que el amor, no depende de nada más que de querer dar.
Que la vida nos va poniendo pequeñas oportunidades, y más allá del resultado final, uno puede transitarlas disfrutando cada segundo.
Que lo dulce, no es tan dulce sin lo amargo.
Y que la energía es la generadora de alegría.
Quiero agradecer a todos, absolutamente a todos, por brindarme un poco de su persona. Pequeños pedazos que me forman.
Por todos, hasta siempre!
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